En las décadas de 1970 y 1980, los científicos
empezaron a descubrir que la actividad humana estaba teniendo un
impacto negativo sobre la capa de ozono una región de la atmósfera que protege al planeta de
los dañinos rayos ultravioleta. Si no existiera esa capa gaseosa,
que se encuentra a unos 40 km de altitud sobre el nivel del mar,
la vida sería imposible sobre nuestro planeta. Los estudios
mostraron que la capa de ozono estaba siendo afectada por el uso
creciente de clorofluoro carbonos (CFC, compuestos de flúor), que se
emplean en refrigeración
aire acondicionado, disolventes de limpieza, materiales de empaquetado y aerosoles. El cloro, un producto químico que ataca al ozono.
Al principio se creía que la capa de ozono se
estaba reduciendo de forma homogénea en todo el planeta. No
obstante, posteriores investigaciones revelaron, en 1985, la existencia de un gran agujero centrado sobre
la Antartida;
un 50% o más del ozono situado sobre esta área desaparecía
estacionalmente. En el año 2001 el agujero alcanzó una superficie
de 26 millones de kilómetros cuadrados, un tamaño similar al
detectado en los tres últimos años. El adelgazamiento de la capa de
ozono expone a la vida terrestre a un exceso de radiación
ultravioleta, que puede producir cáncer de piel
y cataratas, reducir la respuesta del sistemainmunitario, interferir en el proceso de fotosintesis
de las plantas y afectar al crecimiento del fitoplancton oceánico.
Debido a la creciente amenaza que representan estos peligrosos
efectos sobre el medio ambiente, muchos países intentan aunar
esfuerzos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
No obstante, los CFC pueden permanecer en la atmósfera durante más
de 100 años, por lo que la destrucción del ozono continuará
durante décadas.
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