
Aunque los primeros humanos sin duda vivieron
más o menos en armonía con el medio ambiente, como los demás
animales, su alejamiento de la vida salvaje comenzó en la
prehistoria, con la primera revolución agrícola. La capacidad de
controlar y usar el fuego les permitió modificar o eliminar la
vegetación natural, y la domesticación y pastoreo de animales
herbívoros llevó al sobrepastoreo y a la erosión del suelo. El
cultivo de plantas originó también la destrucción de la vegetación
natural para hacer hueco a las cosechas y la demanda de leña condujo
a la denudación de montañas y al agotamiento de bosques enteros.