Un número cada vez mayor de seres humanos
empieza a cercar las tierras vírgenes que quedan, incluso en áreas
consideradas más o menos a salvo de la explotación. La insaciable
demanda de energía ha impuesto la necesidad de explotar el gas
y el petróleo
de las regiones árticas, poniendo en peligro el delicado equilibrio ecológico de los ecosistemas
de tundra y su vida silvestre. Los bosques
tropicales, sobre todo en el Sureste asiático y en la Amazonia,
están siendo destruidos a un ritmo alarmante para obtener madera,
despejar suelo para pastos y cultivos, para plantaciones de pinos y
para asentamientos humanos. En la década de 1980 se llegó a estimar
que las masas forestales estaban siendo destruidas a un ritmo de
20 ha por minuto.
Otra estimación daba una tasa de destrucción de más de 200.000 km2 al año. En 1993, los datos obtenidos vía satélite permitieron determinar un ritmo de destrucción de casi 15.000 km2 al año, sólo en la cuenca amazónica. Esta destrucción podría llevar a la extinción de hasta 750.000 especies, lo que representaría la pérdida de toda una multiplicidad de productos:alimentos fibras, fármacos, tintes, gomas y resinas. Además, la expansión de las tierras de cultivo y de pastoreo para ganado doméstico en África, así como el comercio ilegal de especies amenazadas y productos animales podría representar el fin de los grandes mamíferos africanos.
Otra estimación daba una tasa de destrucción de más de 200.000 km2 al año. En 1993, los datos obtenidos vía satélite permitieron determinar un ritmo de destrucción de casi 15.000 km2 al año, sólo en la cuenca amazónica. Esta destrucción podría llevar a la extinción de hasta 750.000 especies, lo que representaría la pérdida de toda una multiplicidad de productos:alimentos fibras, fármacos, tintes, gomas y resinas. Además, la expansión de las tierras de cultivo y de pastoreo para ganado doméstico en África, así como el comercio ilegal de especies amenazadas y productos animales podría representar el fin de los grandes mamíferos africanos.