La
atmósfera, que protege a la Tierra del exceso de radiación
ultravioleta y permite la existencia de vida es una mezcla gaseosa de
nitrógeno, oxígeno, hidrógeno, dióxido de carbono, vapor de agua,
otros elementos y compuestos, y partículas de polvo. Calentada por
el Sol y la energía radiante de la Tierra, la atmósfera circula en
torno al planeta y modifica las diferencias térmicas. Por lo que se
refiere al agua, un 97% se encuentra en los océanos, un 2% es hielo
y el 1% restante es el agua dulce de los ríos, los lagos, las aguas
subterráneas y la humedad atmosférica y del suelo. El suelo es el
delgado manto de materia que sustenta la vida terrestre. Es producto
de la interacción del clima y del sustrato rocoso o roca madre, como
las morrenas glaciares y las rocas sedimentarias, y de la vegetación.
De todos ellos dependen los organismos vivos, incluyendo los seres
humanos.
Durante su larga historia, la Tierra ha cambiado
lentamente. La deriva continental (resultado de la tectónica de
placas) separó las masas continentales, los océanos invadieron
tierra firme y se retiraron de ella, y se alzaron y erosionaron
montañas, depositando sedimentos a lo largo de las costas. Los
climas se caldearon y enfriaron, y aparecieron y desaparecieron
formas de vida al cambiar el medio ambiente. El más reciente de los
acontecimientos medioambientales importantes en la historia de la
Tierra se produjo en el cuaternario, durante el pleistoceno (entre
1,64 millones y 10.000 años atrás), llamado también periodo
glacial. El clima subtropical desapareció y cambió la faz del
hemisferio norte. Grandes capas de hielo avanzaron y se retiraron
cuatro veces en América del Norte y tres en Europa, haciendo oscilar
el clima de frío a templado, influyendo en la vida vegetal y animal
y, en última instancia, dando lugar al clima que hoy conocemos.